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MODA Y MARGINALIDAD SE DAN LA MANO

MODA Y MARGINALIDAD SE DAN LA MANO

 

UN EJEMPLO QUE MERECE IMITARSE

Desempleados logran salidas laborales en el mundo del diseño y el glamour

Una escuela de modelos que funciona en la Villa 31, costureros de asentamientos precarios formados durante en el centro de diseño del gobierno porteño y una ex cartonera modelo: ejemplos de unión de universos tan distantes.

A veces, los universos paralelos se encuentran. El mundo de los escotes y los accesorios chic puede tener contactos más o menos fugaces con ese que los noticieros sólo retratan con actitud de etnógrafo: el de la villa, los cartones y el trabajo solidario. Y en esos cruces se cocinan experiencias siempre extrañas, con frecuencia transformadoras. Hace tres sábados pasó algo inédito en la Villa 31. Treinta chicas de 8 a 21 años desfilaron en la plaza, un escenario frecuente para picados intensos. También tocaron bandas folclóricas sudamericanas, “aunque para el desfile elegí una música que se usó en un evento de Dolce & Gabbana”. El que aclara es Guido Fuentes García, un modisto boliviano que pidió prestado y gastó sus ahorros para cumplir su sueño: una escuela de modelos en el barrio emblema de la marginalidad porteña.

Guido Models queda en su propia casa, donde las chicas repiten el rito de giros y taconeo desde hace cinco meses, en un corredor de cemento con pedazos de maniquíes a los costados. “Empecé tocando las puertas de las casas de la villa para comentarles a las madres la propuesta e invitar a las chicas a la escuela. El primer día vinieron sólo tres”, recuerda. Pero después, con el boca a boca y la insistencia del promotor, ellas se animaron. Además de aclarar que trabaja gratis, Fuentes destaca que su objetivo es que a las chicas las llamen los diseñadores y tengan una salida laboral.

A sus 13 años, Delia y Carla son alumnas de la escuela. “Esto es una oportunidad para salir de acá. Hay mucha gente que se droga o se mata en la calle”, dice contundente la primera, fan de dos modelos de biotipo bien distinto: Ingrid Grudke y Zaira Nara. Carla confiesa que primero se aburría un poco, pero la ropa y la pasarela ahora la entretienen. Ella también maneja dos alternativas excluyentes: trabajar de modelo o ser médica forense, una profesión estetizada por la tele.

Para demostrar que se puede, ahí está Daniela Cott: un metro setenta y siete, ojos verdes, 85-59-89. Lo suyo fue meteórico: cartoneaba con su tía y su hermano, un cazatalentos de una agencia la vio y le dijo que podía modelar. Dijo que sí, le sacaron unas fotos y a la semana dejó el carrito. Tenía 15 años. En noviembre de 2007 ganó el concurso Elite en Argentina. Después llegaron los viajes a Madrid y Praga. Su historia es doblemente meritoria: el cóctel de su vida había estado demasiado agitado, con problemas en el colegio y conflictos familiares que repercutían en su cuerpo. Hoy la agencia responde por ella: “No quiere hablar mucho de su pasado, ya lo superó”.

Román Rodríguez Mesecke combina las dos historias anteriores: era cartonero y vive en la Villa 31. No le debe haber sido fácil al muchacho de 37 años contarle al mundo que lo suyo era la costura. Gracias un proyecto de la Fundación Paz, se anotó en mayo en un curso en el Centro Metropolitano de Diseño (CMD), un búnker de diseño del gobierno porteño. Ahí cobró una asignación mensual de 310 pesos y ahorró lo suficiente como para pasar enero en Mar de Ajó. Ahora se siente más preparado: “La costura a mano me gustó desde el primer día. Aprendí a hacer ruedos, hilvanar con un dedal y a achicar y agrandar la cintura. Además me gané una máquina de coser para empezar a trabajar”.

En un desfile de la ropa que se cosió a lo largo del año, tres chicas de 15 hablan en un rincón, entre los sándwiches de miga y las gaseosas genéricas. Verónica Garzón cuenta que aprendió a coser y a manejar las máquinas. Su hermana Zaira dice que empezaron de cero hasta hacerse una prenda propia. Y Jessica Larramendi, que se sorprendió con las posibilidades que se abren sólo con coser a mano. Con el libreto PRO en mente, Enrique Avogadro –director de Comercio Exterior y de Industrias Creativas– trata de unir los dos mundos. “El CMD está a dos cuadras del Riachuelo y a diez de la villa 21. Esta iniciativa implica compromiso social e inserción laboral”, aventura.

Para Martín Churba y Héctor “Toti” Flores, toda moda es política. El diseñador y el dirigente del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) se asociaron en 2003 en una idea poderosa: combinar la fuerza de trabajo del MTD y el know how de Churba para exportar guardapolvos piqueteros a Japón. Con base en la cooperativa La Juanita, el proyecto duró tres años. “Los guardapolvos eran una excusa para generar, en el discurso político de La Juanita, la inclusión de cuestiones como la dignidad y el trabajo como vehículo para el crecimiento”, cuenta Churba, quien celebra “haber contado una Argentina distinta, más unida y articulada, a través de una prenda que une a grandes y chicos, ricos y pobres”.

Flores, actual diputado nacional, explica que ese proyecto impulsó nuevos emprendimientos, como la exportación de remeras a Italia en una cadena solidaria: el algodón se produce en cooperativas chaqueñas, la confección se hace en Buenos Aires y las remeras se venden bajo las normas del comercio justo. Como si hablara desde su banca, Flores baja una línea clara: “Descubrimos que el mercado, que nos parecía algo indescifrable, tiene que ver con la relación entre las personas. Mientras algunos priorizan la ganancia, otros se preocupan por generar trabajo y recuperar la dignidad humana”.

Fuente Critica Digital

A veces los universos distantes logran unirse solidariamente por el bien de todos, otras veces la discriminación no lo permite…

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